martes, 4 de enero de 2011

Arranca el 2011 y ya se armó la polémica


Los defensores del "periodismo in-the-pendiente" no dejaron pasar ni un minuto al conocer los escritos de los compañeros Martín Garcia y Sergio Fernandez Novoa sobre política y religión.
A pesar del ateísmo declarado por parte de la redacción de este blog, acá posteamos una nota de Alejandro Prada que sale a bancar el artículo de opinión de los compañeros:

(Sobre artículos de Martín García y Sergio Fernández Novoa de Telam se desato una ola de críticas de Clarín y La Nación).

POLÉMICA ENTRE LA NACION Y CLARIN VS TELAM SOBRE RELIGIÓN Y POLÍTICA

Por Alejandro Pandra

1º de enero de 2011


Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios
[León Felipe, Versos y oraciones de caminante]


Mi amigo Martín García, igual que los últimos años, difundió para las Fiestas un texto de “Feliz cumpleaños, compañero Jesús”.
Siendo que ahora preside Télam, la nota fue publicada por la agencia estatal de noticias. Sergio Fernández Novoa, vicepresidente de Télam y presidente del Consejo mundial de Agencias de noticias hizo lo propio mediante un artículo sobre su abuelo Amadeo, con referencias a Perón y a Néstor Kirchner.
Enseguida se conoció la airada reacción de los custodios de la opinión pública, la libertad de prensa, la moral y la religión. La Nación, tribuna de doctrina, escandalizada por los textos de funcionarios -cuyos sueldos pagamos los contribuyentes, consultó a los periodistas Pepe Eliaschev, Jorge Lanata y Luis Majul, como se sabe, voces muy autorizadas en temas teológicos y de exégesis bíblica.
Por su parte Clarín, el gran diario argentino, publicó una reprimenda firmada por Miguel Wiñazki calificando a los funcionarios -que cuentan con el beneficio del salario que perciben a costa del erario público como idiotas morales.
Podrá coincidirse o no con los conceptos de Martín y Sergio, pero lo que no se puede es descalificarlos y restarles legitimidad, a la luz del precepto del gran poeta español.
El Evangelio no es un documento cerrado, sino una partitura sobre la cual la orquesta debe improvisar sabiendo que cada uno emite su sonido propio en función del conjunto, y que no se trata de ser todos violines, oboes o clarinetes, todos trombones, platillos o timbales, sino que todos y cada uno deben resonar plenamente y en armonía.
La catequista menos ilustrada sabe que la lectura de la Biblia tiene sentido como instrumento de conversión y de visión del cosmos cuando el lector referencia el texto a su propia persona y a su propia comunidad, a su propia experiencia vital y a la de su patria, y no se limita a seguir una crónica como quien lee un diario de sesiones.
Tampoco sirven de nada la filosofía y la teología si están reducidas a una mera especulación ociosa que no se aplica a la realidad concreta.
Existe una relación evidente entre la filosofía y la teología por un lado, y la historia y la política por el otro, ya que no hay una política real mientras no se enfrente con las realidades últimas, y no hay un pensamiento real mientras no se dé razón y sentido a las realidades primeras.
Dios puede obrar con éxito en los pecadores pero se le hace difícil tener éxito en los justos, precisamente porque a ellos les parece que no tienen necesidad de perdón ni de conversión: efectivamente, su conciencia ya no les acusa, sino más bien les justifica.
También los criminales que obran con convicción siguen siendo culpables.
Y probablemente Hitler y Stalin obraron en consecuencia al dictado de sus íntimas conciencias.
Esto no debe servir para tranquilizarnos, sino por el contrario para despertarnos y hacer que tomemos en serio la gravedad de aquella súplica: -¿Quién será capaz de conocer los deslices? Límpiame, Señor, de los que se me ocultan”[Salmo 19; 13].
Es la sabiduría humana más profunda: dejar de ver las culpas (el enmudecimiento de la voz de la conciencia) es una enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la culpa que uno está en condiciones de reconocer como tal.
El cardenal Newman, gran estudioso del difícil y delicado tema de la conciencia, subrayaba la primacía de la verdad sobre el consenso, sobre la capacidad de acomodo de grupo, sobre la opinión de la mayoría (Poncio Pilato obró con perfecta conciencia democrática): decía que la verdad no es un producto de la política sino la que la debe preceder e iluminar; no es la práctica la que crea la verdad, sino la verdad la que orienta la práctica correcta.
Lo cierto es que la vida terrestre es una vida real, en la que cabe complacerse y de cuyos placeres podemos gozar con reconocimiento, mientras esperamos una vida superior.
El verdadero móvil natural, que sólo por vocación excepcional se abandona, consiste para el hombre en buscar el cielo desde esta tierra, y en mezclar las cosas eternas a su trabajo terrestre y ordinario, no pretendiendo pasar del tiempo a la eternidad abriendo un abismo, cuya profundidad no pueden sondear los ojos de los mortales.
El verdadero móvil natural, como tan bien nos lo enseñara el maestro Leopoldo Marechal, consiste en perseguir la unidad de la batalla celeste y de la batalla terrestre.
Todos los profetas de Antiguo Testamento actuaron en un marco histórico determinado y ninguno permaneció ajeno a los desafíos que les planteaba su inserción en la realidad.
El carácter religioso y el político de la monarquía israelita estaban tan indisolublemente unidos que sólo el análisis histórico a partir de categorías modernas puede distinguir lo sagrado de lo profano y lo político de lo religioso.
La irrupción de Jesús en la historia ha de enmarcarse en un contexto bien preciso. Israel esperaba al Mesías (¿a un líder político?) consagrado por Dios para cambiar a Israel.
En el centro de ese cambio aparecía un deseo muy profundo: de ser una nación pobre y oprimida se convertiría en nación gloriosa y fuerte, en nación que iba a ser luz y salvación para todas las restantes.
El Mesías iba a inaugurar esa transformación.
Jesús no se movió en un terreno políticamente neutro, sino que penetró de lleno en un clima agitado y conflictivo, escandalizando a los fariseos por su preferencia por los más pobres y oprimidos.
En este sentido, la esperanza es un don de Dios traído por Cristo a nuestro mundo.
Un don de Dios traído por el Profeta y también por todos los verdaderos profetas a nuestro mundo.
Sin embargo, en general se habla de la esperanza de un modo angelical, absurdo y equivocado, convirtiéndola en una alienación del hombre frente a las tareas más graves que se le presentan en este mundo, una especie de escapada espiritual que en el fondo lo degrada, tapándole los ojos de la realidad de los acontecimientos más cercanos de su vida e impidiéndole vislumbrar en ellos la luz que desde la fe los hace inteligibles y quitándole la fuerza para comprometerse, en un arranque de despojo de todo lo que es estructural que presuntamente apagaría el espíritu evangélico.
No.
Una esperanza que arranque al hombre de las batallas que se libran en este mundo, una esperanza no comprometida con la justicia, con los humildes, con la construcción de la patria, una esperanza angelical simple creadora de figuraciones poéticas pero que no incide en lo caliente de los problemas humanos, una esperanza etérea que no se fija en las situaciones reales de los hombres de carne y hueso, una esperanza que no busca la solución sincera de los conflictos, una esperanza que nos deja inactivos, no es una esperanza cristiana.

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